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sábado, 28 de julio de 2012

RODADAS POR EL CABO DE GATA

Hacía muchos años que no salía a viajar con la bici y aprovechando que estoy desempleado, decido marcharme al parque natural de Cabo de Gata; allá en Almería. Siempre que viajé con la bici, he sido de los que me gusta acarrear con toda la impedimenta e intentar en la medida de lo posible ser autónomo, pues es la manera de no estar supeditado a las instalaciones turísticas; es decir paras a comer y a dormir donde te place siempre que no molestes al prójimo. Por eso la primera noche en este recorrido, monto mi campamento en la solitaria playa de la cala de Enmedio.

                                                             Cala de Enmedio



Llego anocheciendo y la solitud del paraje me sobrecoge desde el primer momento; no me atrevo acercarme a la orilla de la playa, pues el agua siempre me causó un hondo respeto y más de noche; empiezo a montar mi pequeño campamento al lado de un arbusto, acabado el montaje creo escuchar algún silbido y me pongo en alerta, cojo algunos pertrechos y me alejo de la tienda y la bici; detrás de unos matorrales agudizo la vista en la oscuridad que me envuelve, intentando distinguir alguna sombra extraña y cuando me convenzo de que no la hay; empiezo a ver luces que destellan en la colina de enfrente y me pregunto ¿vendrá algún OVNI a por mí y seré abducido? les podría invitar a cenar, me respondo al tiempo que esbozo una leve sonrisa y una liberación de temor, al comprobar que son las luces del faro de Roldán, que alcanza hasta aquí su potente haz de luz. Vuelvo a la tienda y me introduzco en ella, medio incorporado voy preparándome la cena, al tiempo que se levanta una débil brisa; esto es para amenizar la noche, como si no tuviera bastante con la oscuridad, el ruido del mar y la soledad como envoltorio a todo este cuadro en el que me hallo metido. De vez en cuando apago la linterna y miro hacia la oscuridad.

“La soledad es una fuerza que te aniquila si no estás preparado para soportarla, pero que te lleva más allá de tus posibilidades si sabes aprovecharla en tu beneficio”

Reinhol Messner
Con esta cita en mi pensamiento me voy dejando llevar por los hilos conductores del sueño, al amparo de una noche que me inquieta más que otras veces. Y la magia de un nuevo amanecer se ha hecho realidad, conjugándose aquí tres elementos de vital importancia en la madre Natura: tierra, aire y agua. El día ya pinta que no va a ser muy lúcido, pues anda cubierto; pero hay que animarse. Ahora sí que me acerco a la orilla y toco el agua, la arena, la roca erosionada; escucho las olas que golpean contra una oquedad y me acerco a verlo, algunas gaviotas dan la nota musical a esta mañana en esta cala de ensueño. Me subo a una roca trepando un poco y contemplo la calma serena del mar; llenándome de sensaciones y reflexionando sobre lo que me rodea y de mi mismo.

                                                  Campamento en la cala de Enmedio

Ha cambiado algo en estos últimos años; quizás he madurado como viajero, excursionista o como lo quiera llamar; será cuestión de cambiar de forma y estilo de viajar. Y mientras me hago este formulario, voy abandonando esta playa empujando la bicicleta sobre la arena, dejando una traza qué el viento borrará. Salgo a una carretera poco transitada y pongo rumbo hacia la playa de los Escullos en el que su camping, acogerá mi pequeño campamento rodante. El valle minero de Rodálquilar, el mirador de la Amatista y el caserío pesquero de la Isleta del Moro; son parajes que van quedando atrás, acompañado de un viento que me zarandea y me hace incomodo el pedaleo. Llego al camping y me instalo en una parcela; ducha reponedora y a cenar.

Toda la noche ha soplado un viento horroroso, desayuno rápidamente y voy a recepción; la chica me aconseja que para ir a San José, tome la carretera que pasando por el Pozo de los Frailes, llega a la citada población y no tome el camino de tierra que bordea la costa, ya que transita en algunos puntos cercano a los acantilados. Pero el paisaje que configura mi ruta, esta por ese tramo de costa; decido irme por el camino.

                                               Caserío pesquero de la Isleta del Moro

Me voy cruzando con algunos senderistas extranjeros, que vienen de San José; uno de ellos me advierte de que el paso por debajo de la torre vigía de Cala Higuera, puede ser complicado con la bicicleta, a causa del vendaval que corre por allí y lo estrecho del camino, ya que es el punto donde la ladera del monte se hace más abrupta. Me despido de ellos con un thank you. Es verdad el paso asusta un poco, el viento es criminal, hay momentos que ni bajado de la bici puedo caminar; a veces me apoyo en las grandes rocas para mantener el equilibrio; que pena de no poder disfrutar del pedaleo sosegado al que invita el lugar, pero simplemente hay tramos en los que mantenerse en pie es ejercicio de funambulista.

Llego a la población un tanto desanimado; pero cuando una fuerza mayor te vence hay que escucharla y aceptarla, en esta ocasión Eolo es más fuerte que yo; así que a mi pesar decido abandonar la ruta, tomando un autobús que me llevara hasta Almería. Durante el trayecto voy charlando con el conductor y mientras en mi cabeza se instala la idea de volver, para terminar la ruta propuesta. Lo que me queda para finalizarla, podría hacerlo en una jornada, con ligero equipaje y sin necesidad de pasar una noche; pero yo no he venido hasta aquí para correr y decir que he pasado velozmente por ciertos lugares; a mi interesa estar (aunque sea fugazmente), sentir la piel que recubre el paisaje y respirar el aroma que desprende; solo así puedo entender el sentido de un viaje.

Después de tantos años sin viajar con mi bicicleta, estos días han sido un reencuentro, un descubrir si volvía a tener sensaciones y motivación suficiente para seguir pedaleando, buscando nuevos horizontes y paisajes; la respuesta a tales reflexiones, está en comenzar un nuevo viaje.

“Por las venas de todos los cicloturístas corre sangre nómada y en cuanto regresan de un viaje, empiezan a preparar el siguiente” León el Africano
Las sensaciones que disfruta el viajero ciclista, son para espíritus libres, para almas inquietas y soñadoras, para amantes de los grandes espacios y del viaje puro. El Cabo de Gata, es un sistema costero que se funde con el mar, se moldea con el viento y se colorea con el sol; con rincones solitarios donde todavía se percibe el alma de lo auténtico. Son lugares rotos de mar y mar hundido en arena, donde hasta tu huella mojada sobra y escuchas la espuma y te callas, castigando al viento sin decir palabra. Me ha cautivado y enamorado.

                                                                   Espuma y guijarros






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