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lunes, 29 de julio de 2019

LA ALPUJARRA EN BICI




Llego a Granada después de conducir una 6 horas; voy solo, bueno llevo una pasajera, se llama íbera (mi bicicleta) con cuerpo de aluminio y calzando 29” de rueda. Va completamente embalada entre cartones y plástico; son las condiciones de la compañía de autobús.
Aparcado el coche me cuelgo la bici al hombro, cargo los bultos y me encamino hacia la estación de autobuses. El bus se pone en marcha en dirección Baza. Durante el trayecto, una charla vía teléfono móvil de un joven, me deja perplejo por lo chabacano del vocabulario empleado y el tema tratado; mejor no entro en detalles; pero me podéis preguntar en privado, jejeje.

Entre la conversación y las últimas luces de una tarde de últimos de noviembre, el autobús entra en Baza, descargo mi bici, la desembalo, le monto la rueda delantera y le coloco los bultos, andando y con pausa acelerada abandono la estación.

Voy en busca de alojamiento, de entre los que tengo anotados, dos están cerrados; veamos el tercero, ring, ring, se abre la puerta ¡bien! el dueño es ciclista de B.T.T. ¡requetebién! Tras una larga conversación una cosa me queda clara; el cruce de la Sierra de Baza por los Prados del rey (mi idea original) queda descartado, pueden llegar a sumar unos 100 kilómetros. Me da dos posibles; una coger directamente la carretera de Caniles – Abla, que atraviesa toda la sierra por la cota dosmil o acortar mi ruta original, tomando camino hacia el Cortijo Cortezú y siempre por pista principal a salir al kilómetro 30 de la mencionada carretera.
Tomo la segunda opción, ya que así recorreré una parte de esta sierra declarada Parque Natural. Todo fue bien, hasta que en una marcado desvío surgen dos pistas principales; a ver que mire en el mapa del G.P.S… tras unos minutos me decido por la equivocada, jaja. Vuelta atrás, después de recorrer unos dos kilómetros. La tarde empieza a declinar y empiezo a notar el cansancio, finalmente conecto con la carretera y empiezo a subir los diez kilómetros que aún me restan hasta coronar el puerto, suerte que la pendiente no tiene mucho porcentaje. Me coge la oscuridad. Estoy en cota dosmil, me abrigo con todo lo que tengo y decidido empiezo un descenso vertiginoso; por esta vertiente hace un viento considerable que a veces me frena y las manos se me están quedando como el cartón; el reflejo de una menguada luna me permite llevar bien la trayectoria. Abajo del todo veo las luces de la población y eso me anima ¡venga que en nada estamos, ahí!

 A las 21:00 h. llego Abrucena, cuando le dije al casero que llegarían a eso de las 18:00 más o menos; un poco de retraso sí que he llevado, jeje. Una vez instalado en el apartamento me voy con el casero a un bar, donde la señora amablemente me hace una sopa que me hace recuperar el calor robado en el descenso. Me subo a mi aposento tremendamente agotado, llevaba tiempo si hacer tanta kilometrada; mañana me lo tomare con más calma.